lunes, 11 de julio de 2011

Crónicas de los Dioses.

La Alianza

En el gran celeste  donde el plata de la luna trataba de llenar con sus tenues rayos  a la fría oscuridad que lo cubría todo; poco a poco cuatro brillantes astros se dejaban ver, y su llegada era el preludio de grandes cambios. El gran pacto, al que llamaban la Alianza, habría de efectuarse una vez mas por lo que la voluntad de los guardianes aparecía para honrarlo y demostrar su poder. Era el día preciso y casi la hora exacta, poco a poco los cometas pasaban por detrás de la brillante luna, y al hacerlo disparaban al lado oscuro de la misma un potente rayo de su magia  impregnándola con su fuerza, llenándola con su poder y usándola como un espejo para reflejar su voluntad sobre las sombrías tierras de Belmorth. Las horas marcaron la media noche, dando comienzo  al inicio del espectacular concilio mágico que se manifestaba cada cuatro años.

El primero el guardián del cielo del sur Ignai; tiñó con el escarlata del valor y la pasión a la luna. Los volcanes rugieron sonoros en los Valles de Fuego y los dragones alzaron vuelo eufóricos sobre las llama de los montes ígneos. En todos los rincones de la tierra el valor encendía los corazones y la pasión alentaba la fuerza interna,  Ignai el rojo alentaba a siempre mantener encendida la llama de la vida y luchar hasta que esta se apagase por que total para los mortales, vida sólo había una.

Y la luna volvió su rojo en esmeralda, los bosques dieron un gran respiro, de la tierra estéril pequeños bulbos brotaron, pequeñas señales de vida asomaban su presencia al mundo caótico donde todo parecía estar muerto. En los desiertos las arenas vibraron provocando que las serpientes diamante emergieran de las profundidades y entonaran las notas de su embrujo musical que hacía danzar a las dunas; con lo cual, las semillas de los antiguos arboles de cristal, que eran resguardadas celosamente bajo la arena, eran liberadas y al ritmo del canto de las diamante y bajo los rayos de la luna verde, emergían imponentes arboles de hasta cincuenta metros de altura rodeados de torbellinos de arena. Los imponentes arboles de cristal producían gigantescas manzanas esmeralda, rubí, zafiro y topacio, las cuales era el alimento de las serpientes diamante y a su muerte emanaban grandes cantidades  de la arena dorada que cubría los desiertos. Tellur el guardián del cielo oeste hacía resonar la voluntad de los corazones y la tenacidad del alma, recordando que la paciencia es un árbol de raíces amargas pero de frutos dulces.

Poco a poco el verde de la luna se tornó añil, las aguas muertas del mar de los lamentos dejaron su gris y  brillaron azul zafiro. Los hijos de la tierra fueron bendecidos con el roció y con el empuje vital de Flavus el guardián del cielo del norte, las pequeñas plantas por fin lograron su desarrollo y los bosques reverdecieron sacudiéndose el hechizo de la muerte. La paz recorrió cada esquina e impregnó cada rincón, las emociones como  nunca danzaban en los adentros, las fuerzas de la luz y la oscuridad que luchaban feroces en cada ser, fueron equilibradas con el fino toque de Flavus, y sus cuerpos y almas pudieron dialogar.

Por ultimo la luna azulada cambió su tono, cubriéndose de un vivaz amarillo. El más vibrante de los cuatro protectores celestes, Anem el guardián del cielo del este dio muestra de su presencia. La audacia recorrió las tierras cual poderosa tempestad, este locuaz ser liberó la alegría de cada ente sobre la faz de Belmorth, les recordó lo importante que es la alegría, ese poderoso condimento cósmico que le da sabor a la vida. Las flores en los campos reverdecidos por Tellur y Flavus por fin se abrieron, engalanando la noche con su brillante polen que se alzaba al cielo dando la impresión que se llenaba de estrellas.

Y del amarillo brotó el áureo, la alianza elemental se había concretado, un poderoso rayo de la luna dorada se dirigió hacia el árbol ancestral, ubicado en el bosque Ferax, nutriéndolo con el mas puro poder, con la fuerza absoluta que a su ves transmitía a través de sus raíces al corazón de Belmorth evitando que éste pereciera.

Poco a poco retornó a la normalidad la luna, pero los efectos de la mágica noche aun se sentían. La alianza una vez mas había cumplido el propósito para lo que fue creada, se evito que el caótico planeta desapareciera; también, nuevamente se reavivaron las esperanzas para esperar al que habría de liberar a los cuatro celestes de su prisión y ser digno de sus enseñanzas para reclamar el poder de la eternidad que estos resguardaban, un poder absoluto capaz de retornar a la vida al moribundo Belmorth pero que ni los elementales eran capaces de manejar. El agonizante planeta se mantenía aun vivo gracias a la fuerza de los elementales pero su poder no era suficiente. Los elementales aun se encontraban cautivos en el cielo y a penas podían hacer que su voluntad siguiera la labor de proteger Belmoth.

El sol mostró su rostro, la huella de la noche mágica aun se mantenía, pero esta bella imagen habría de ir borrándose conforme pasara el tiempo y su hermosura regresaría hasta la próxima vez en que se reuniera la alianza o en el mejor de los casos cuando el heredero de la eternidad reclamara su trono.


Itrux Jonathan



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